La mirada. En nuestra relación con el mundo es donde se hace visible nuestra mirada.
Las conexiones que establecemos con las personas que nos rodean, cómo son esas relaciones y la manera en la que acontecen, suceden, como consecuencia de nuestra manera de ver la realidad.
Cabe, sin duda, incorporar en esa mirada todo lo imperceptible al ojo humano, lo que no se ve, lo sensible.
Todo aquello que interfiere en nuestra forma de interpretar lo que vemos por el modo en el que lo percibimos.
Y así, estamos y somos en el mundo desde la complejidad que nos caracteriza.
Y es que si bien es cierto que lo racional de nuestra naturaleza tiene un papel muy importante a la hora de construir nuestros pensamientos, no podemos pasar por alto la emoción y cómo esta interfiere, tiñe o cambia por completo una idea. Nuestra mirada tiene su propia gama de colores porque es la sensibilidad la que atiende a los matices.
¿Podemos, entonces, entrenar el ojo a lo que no vemos?
Conectar, estar de acuerdo o discrepar de la argumentación de cualquier persona nos sitúa ante su mirada desde el carácter que define la nuestra. Desde nuestra forma de estar, sentir y ser en el mundo. Y mira que hemos oído veces eso de “hay que ponerse en los zapatos de los demás”, pero más allá de empatizar, hacemos un esfuerzo por entender la realidad de la otra persona sin conocer “lo que no ve” ella e incluso “lo que no vemos” nosotros, es ahí donde entra el “teléfono escacharrao”.
Hablar del mundo de lo sensible es hablar de algo que se escapa a nuestro entendimiento, siendo parte ese “se nos escapa” de la realidad sensitiva.
Y es que así como podemos tener etiquetadas, ordenadas y localizadas las emociones y pensar que nos conocemos a nivel sensitivo, éstas siempre nos sorprenden ante diferentes acontecimientos, nunca son iguales porque nosotros tampoco somos los mismos. Si pretendemos entrenarnos en “eso que no vemos” lo que nos quedan son siempre las preguntas.
Remontándonos a las disciplinas artísticas como la pintura, el teatro o la poesía para entender la mirada que aportan de la realidad, nos encontramos con un puzzle que, lejos de conectar o no con nuestras tripas, nos habla especialmente de lo invisible desde esas preguntas que lanzan al mundo en forma de cuadro, obra o poema. De nuevo, lo aparentemente imperceptible se pone de manifiesto.
Frente al cosmos, las personas somos tan insignificantes como lo son los detalles que nos diferencian, tanto como esos detalles son capaces de poner al mundo entero patas arriba.
A sus pies, señora Naturaleza Humana.
Sucede por ejemplo con conceptos universales como el de “belleza”, que son dotados de significado una y otra y otra vez ante diferentes contextos. Lo hacemos de forma orgánica porque esa es nuestra naturaleza. Son en sí mismos conceptos que todos encuadramos dentro de un marco mental asegurando que hablamos de lo mismo que el de al lado.
La naturaleza de los conceptos universales se alimenta de las miradas del mundo. Porque no puede ser de otra manera.
Parece paradójico hablar de mirada y atender a los matices de la individualidad, y es cierto que si hay algo que con frecuencia nos pasa a la hora de mirarnos el ombligo es que perdemos perspectiva. Pero lo que sí sabemos con exactitud hoy es que el cerebro sólo ve lo que está preparado para ver, oír o entender.
Lo que vemos, escuchamos o comprendemos depende fundamentalmente de lo que percibimos. La realidad se nos presenta a todos por igual, pero son nuestras vivencias, nuestro entorno y nuestro propio yo los que hacen que los hechos tengan distintos significados para cada uno de nosotros. La percepción, siendo conscientes de que nuestra mirada no está completa, impacta directamente en nuestra forma de mirar el mundo, de ahí la importancia de incluir diversidad en las miradas, especialmente en lo que atañe al mundo de la empresa.
¿Podemos hablar entonces de generar encuentro entre las personas en las organizaciones si nuestra forma de entender y habitar el mundo es tan distinta? Parto de la base de entender el encuentro como una forma elevada de unión entre las personas.
Podremos estar más o menos de acuerdo en que en las organizaciones la colaboración y la comunicación son las bases que sustentan las relaciones entre las personas que trabajan en ellas, pero también que en muchas ocasiones son el principal problema que impide que otras cosas funcionen internamente.
Las empresas más ancladas en la tradición y orientadas a la agilidad de los procesos y la consecución de resultados, han desviado su mirada al exterior. Buscando satisfacer necesidades de un público externo e identificando las oportunidades de crecimiento como algo que se encontraba fuera de las cuatro paredes de la organización. El foco lo ponían fuera.
Hoy, las empresas empiezan a entenderse como seres vivos, que viven gracias a las personas que desarrollan su trabajo dentro de ellas y que se saben dependientes del talento interno para asegurar y estirar la esperanza de vida de las mismas. Las oportunidades se alimentan del exterior pero se cultivan desde dentro. En este punto la mirada de la empresa, sin dejar de entender el contexto y conocer los objetivos que busca alcanzar, se torna a una mirada que necesita alimentarse desde dentro.
La mirada de la empresa está cambiando, busca espacios de encuentro en los que la conversación y la escucha sean catalizadores de este cambio, impulsando la apertura hacia esa otra manera de entender el mundo.
Cristina Bucero
Estrategia e innovación en Soulsight