Cerrar la puerta tras un suspiro que esboza preocupaciones. Descalzarse. Despojarse de aquellos detalles que al contrario de lo que pensábamos esta mañana, ahora incomodan. Soltar.
Volver a la sencillez, conectarnos con nuestra esencia y autenticidad.
De puertas a dentro todo el mundo es tal cual, sin miramientos, con sus imperfecciones, sus manías y sus dejes. Y así se acepta y se quiere en mayor o menor medida. De puertas a dentro podemos querer o no, compartirnos con otros.
De puertas a fuera en cambio, nos abrigamos con cosas que no siempre nos vienen bien. Nos empeñamos en sumarle complementos al vestido como si fuera a decir más de lo que somos, como si hablase mejor que quiénes somos.
De puertas a fuera queremos siempre compartir nuestra mejor sonrisa. Pura supervivencia.
No entiendo, sin embargo, el hogar solo entre las paredes de una casa.
No lo entiendo emplazado en un único lugar ni rodeado siempre de las mismas cosas. No me sé en un hogar acomodado ni estático y en cambio, mi casa es mi hogar tanto como lo son otras cosas. Hogar puede ser también una persona, un rincón, una canción o un sentimiento. Aquello en lo que uno se queda porque se siente bien, ya sea una mirada, una conversación o un abrazo. Podríamos decir que tiene algo de “invisible”.
Es calor, es compañía, intimidad y sencillez. El hogar se siente en las entrañas y te hace volver.
Tengo pocos hogares en mi vida, algunos viejos conocidos otros nuevos reconocidos.
Ojos que brillan, abrazos que apaciguan. Pero a los que tengo, vuelvo siempre con la misma sensación de estar en calma y a salvo. Regreso por el mismo motivo, me saben en mis peores monstruos y no pasa nada. ¡Sin tapujos, ni sorpresas!
Vuelvo.
A veces a que me espabilen, otras a que me consuelen, me cuestionen, me comprendan o me ayuden a crecer. Pero siempre quiero volver porque allí me reencuentro y conecto con cosas que el día a día me suele hacer olvidar con una facilidad pasmosa. Tengo claro lo que para mi es el hogar y sé donde buscarlo cuando lo necesito, pero lo he descubierto gracias a entender lo que no es.
No siento hogar si no hay espacio para la imperfección, el error y la duda. Si no me puedo equivocar con la tranquilidad de que después encontraré comprensión. No siento hogar si no puedo crecer sin miedo, alimentándome de lo que me rodea. Si nadie me cuestiona lo que pienso para ayudarme a mirar más allá. No siento hogar si no puedo llorar a moco tendido o reír hasta que me entre hipo. Si no me puedo expresar con libertad sin caer en lo que pensarán o no de mi. No siento hogar si no hay una búsqueda hacia entender el sentido de las cosas. Si el conformismo invade la situación y me aleja de esa sensación de curiosidad constante.
No siento hogar si no hay espacio para la ilusión y la alegría. Si no puedo celebrar la vida porque el pesimismo acapara el protagonismo.
Una casa no es hogar si no es habitada, igual que una relación no es de amistad si no hay confianza o de amor, si no hay respeto. Habitar es ocupar y llenar de vida allí donde estás o con quien estás, haciendo visible y evidenciando la belleza de nuestra imperfección.
Crear hogar es sabernos humanos (en todos sus matices) y dejar aflorar nuestra naturaleza, o al menos… así lo entiendo yo.
Cristina Bucero
Estrategia e innovación en Soulsight
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