“El mayor descubrimiento que podríamos hacer los astrónomos es que no estamos solos. La humanidad ha peinado los cielos en busca de un reflejo de ello durante siglos; encontrar algo o alguien que habita otra Tierra, con eso soñamos”, comienzo a leer el libro de Sara Seager, una astrofísica, profesora de física y ciencia planetaria del MIT.
Sus reflexiones me hacen conectar con la esencia del ser humano y con la inmensidad del universo, vuelvo a tomar consciencia de lo pequeña que soy frente al cosmos. No es la primera vez que llego a esa conclusión, pero por algún motivo a veces siento que se me olvida. Le doy demasiada importancia a algunos problemas y actúo desde esa falsa sensación de control.
Entonces, recuerdo que tardaría doscientos mil años en recorrer el anillo de la vía láctea a la velocidad de la luz, y que la realidad que me rodea es infinitamente más reducida. Me invade un sentimiento de paz. Casi nada depende de mí, aunque muchas veces sea una firme convencida de lo contrario. Lo contradictorio de nuevo se hace presente, no me preocupa. El misterio, y su belleza, me inundan.
Desde hace tiempo, me llaman poderosamente la atención disciplinas alejadas de mi día a día, como la física cuántica, la neurociencia, la medicina o la poesía y la literatura. Leer autores, y reflexionar sobre saberes diferentes me ha permitido enriquecer mi mirada, mi vida y los proyectos en los que trabajo. Me ha dado mucha perspectiva, además de ayudarme a comprender la complejidad y experimentar desde la serenidad el concepto de “lo inabarcable”.
Y por supuesto, me ha permitido entender que aunque hoy en día el conocimiento se presente parcelado y parezcan estar divididas, ciencia y filosofía tienen el mismo origen y eran una en el principio.
Einstein lo sabía: «sostengo que un sentimiento de religiosidad cósmica es el mas fuerte y noble motivo para realizar investigación científica». ¿No sería su propuesta más que un afán de re-conectarnos con las estrellas, descubrir nuestro origen en común y celebrar todo lo maravilloso que nos aporta el asombro?
Sara, ha contribuido con muchas ideas fundacionales que han permitido la búsqueda de exoplanetas. Ahora centra su carrera en una tarea casi imposible, buscar esos mismos exoplanetas pero comparables a la tierra y con indicios de vida en ellos. Reflexionando sobre esta idea pensé por un momento que se trataba de ciencia ficción, en la frustración de dedicar toda una vida a algo que no podrá ocurrir nunca, y que en cierta medida y aún con cometidos menos ambiciosos, todos nos hemos podido sentir así en algún momento.
Fue precisamente “con eso soñamos” lo que me inspiró, porque entendí que por imposible que parezca el reto o nuestra causa, gracias a que existe gente que sueña con lo improbable, en la ciencia o en cualquier otra disciplina, la humanidad sigue avanzando, y por consiguiente nuestras vidas . Y que gracias a esas “minorías creativas” que se mueven por ideales que les trascienden, otras realidades son posibles.
Se podría decir que Sara se dedica a cultivar el asombro, es consciente de la dificultad y del nivel de incertidumbre con el que trabaja, probablemente el más alto de todos los que nos podamos imaginar. Hasta acabar con el hambre en el mundo se me presenta más viable que encontrar vida alienigena …y sin embargo, la idea de fracasar en su misión no la detiene. Abraza lo inesperado, habita las preguntas y otorga un espacio especial a la intuición.
“La ciencia, y especialmente la ciencia de vanguardia, tiene mucho que ver con la intuición. Resulta sorprendente cuántos de los descubrimientos más importantes nacieron de una corazonada, de una sensación. No tenía nada que indicara que mi idea fuera a funcionar, pero no me cabía ninguna duda de que así sería.”
Si nos remontamos al origen de la Filosofía, dicen que el ser humano aprendió a filosofar gracias a las estrellas, esas diminutas luces del universo de las que nos habla Sara en su libro, que nos hacen sentir insignificantes, haciéndonos reflexionar sobre el misterio de nuestra existencia, el misterio de lo inefable, de aquello que nos supera.
¿Quién no se ha sobrecogido ante la inmensidad de un cielo estrellado?. Para casi cualquier persona en la historia de la humanidad nada podría compararse en asombro con mirar la vastedad del espacio. Esa admiración, ese re-situarse como parte de un todo, ese deseo de saber, es lo que permitía a algunas personas plantearse problemas reconociendo su ignorancia, a la vez que entraban en comunión con algo que les trascendía.
El origen del asombro, está en nuestros cielos. «Este sentido de admiración es el sello de los filósofos. La filosofía de hecho no tiene otro origen, y fue un buen genealogo quien hizo a Iris hija de Thaumas» (Teeteto 155).
Pero hoy, ya no tenemos tiempo para mirar a las estrellas. La grandiosidad del universo ha desaparecido de nuestras vidas. Vivimos absortos por la inmediatez y por los hábitos que repetimos día tras día. Esa falta de admiración, ese ansia porque el algoritmo nos dé las respuestas correctas ante lo desconocido, probablemente sea el causante de que nuestra capacidad de reflexión y cuestionamiento se haya oxidado, de que hayamos desconectado de nuestra esencia y de la naturaleza.
Una sociedad y unos líderes que se enfrentan a problemas tan complejos y que aún así premian la solución, no va por el buen camino. Nos hemos olvidado de que la innovación y la belleza está en las preguntas, las mismas que Sara se lleva haciendo durante años en su proceso de exploración radical “¿Cómo podríamos ver el fino envoltorio de atmósferas desconocidas cuando ni siquiera éramos capaces de encontrar los propios mundos?”.
Sin asombro, sin preguntas, sin curiosidad, es muy difícil llegar a nuevo conocimiento, descubrirlo, sentirlo, vivirlo, encarnarlo… en nuestras manos está recuperar esa emoción que nos ha acompañado a lo largo de toda la historia de la humanidad.
Por eso, creemos que es clave cultivar el asombro, reflexionando sobre nuestra actitud frente a lo desconocido y tomando conciencia de que los principales frenos, el miedo, el ego y el control, no tienen sentido. Solo hace falta mirar hacía arriba para saber que no tenemos nada que perder.
Para activarlo, tenemos que trabajar la apertura, con humildad y generosidad, volviendo a conectar con esa idea de lo trascendente, de que formamos parte de algo más grande que nosotros. Somos un universo dentro de muchos universos. Lo sublime y lo pequeño, el cielo estrellado y una conversación, todo puede ser una oportunidad para explorar en el cruce de fronteras de saberes, disciplinas, culturas y experiencias, sin una visión instrumental y utilitarista.
A veces, solo basta con parar, observar, admirar, preguntar, agradecer y dejarnos sorprender por lo desconocido. A veces, el asombro está mucho más cerca de lo que imaginamos. Preservarlo, cuidarlo, cultivarlo, recordando que es una de las emociones más antiguas que tenemos los seres humanos, la misma que nos llevo a amar la sabiduría ante la inmensidad del cosmos y el motor que favoreció la creatividad y el progreso de todos los creadores que constituyen el legado de nuestra historia.
Carmen Bustos
Socia fundadora en Soulsight
www.soulsight.es