Si hoy tuviéramos la oportunidad de hablar con alguna persona de hace unos cuantos siglos y le preguntáramos sobre los retos que nos han tocado vivir, con casi toda probabilidad sería incapaz de comprender nuestra realidad. Su mirada estaría condicionada por su época, pudiendo ver sólo «su pequeño fragmento».
Esto sucede porque los seres humanos construimos nuestra realidad en base a esquemas basados en precomprensiones y prejuicios, sin aceptar que la manera de explicar dicha realidad es tan sólo una interpretación. Por decirlo de una manera sencilla, tendemos a simplificar la realidad y acomodarla a nuestro antojo.
Una de las explicaciones es biológica, necesitamos sentir cierta certidumbre para sobrevivir, pudiendo repetir conductas y decisiones que nos hacen estar tranquilos. Otra de las explicaciones es sociocultural, y es fruto del paradigma científico de los últimos siglos, donde la simplificación de los experimentos y la aproximación a la realidad han guiado los límites y las condiciones a las posibilidades de acción y de pensamiento de cada uno de nosotros.
Los griegos, y durante siglos los filósofos, han creído en los poderes ilimitados de la razón humana. No fue hasta hace un siglo cuando formalmente se dio espacio a algo que forma parte de nuestra naturaleza y de la realidad que nos rodea: el caos, lo inesperado, lo irregular o lo imperfecto. Generando una tensión, que a día de hoy sigue sin querer abordarse y se encuentra todavía sin resolver, aceptar como demostró Godel que «existen límites sobre lo que podemos conocer (saber)».
Es innegable que vivimos en un mundo complejo. Este paradigma supone una revolución en muchos sentidos, genera incomodidad, pero es en ese misterio de la vida, en esa bruma, donde residen las posibilidades.
Las ciencias de la complejidad son ciencias de la vida, porque el más complejo de todos los sistemas de la vida es el ser humano, comprendiendo también una preocupación por todos los demás fenómenos con los que se relaciona.
El problema es que a la vida no se la ve, va pasando cuando la concebimos, la imaginamos o la entendemos, pero es algo que se siente desde la interioridad, y tiene ese punto contraintuitivo y complejo.
Lo maravilloso es que estamos todos en el preciso instante donde podemos abrir la reflexión sobre la vida tal y como la conocemos (con sus tensiones), y tal y como podría ser posible o deseable, ampliando nuestra profundidad de campo para evitar el terminar «pisoteándola con nuestros propios pies» reivindica Hessel.
Desarrollar un pensamiento complejo nos ayudará a meterle al mundo y a la vida lo que no tiene, tantas ideas, reflexiones o preguntas como quepa imaginar o crear. Atrevámonos a explorar esas posibilidades, abriendo nuestra mirada a lo desconocido, a lo inesperado, a lo improbable y a lo incierto, porque entonces lo que estaremos haciendo será pensar la vida, cuidar la vida y exaltar la vida. La vida de las personas, la vida del planeta y la vida de todos los que lo habitan.
Carmen Bustos
Socia Fundadora en Soulsight