Hubo un tiempo en el que resolver conflictos era una de las actividades habituales del ser humano. Hoy, el conflicto es un proceso que o bien se evita o no se resuelve. Es decir, campa a sus anchas. Una de las grandes paradojas que vivimos hoy, es que un mundo que evita el conflicto, vive uno de los momentos más crispados de su historia.
En nuestro diccionario hemos definido el conflicto como un proceso negativo y poco deseable, pero podemos verlo desde la virtud, o desde lo que el Sociólogo Zygmunt Bauman reclama como nuestra habilidad de negociar o socializar. Una habilidad que según Bauman, hemos perdido.
Hace más de 2000 años Aristoteles, en su Ética a Nicomáquea lo expresaba así: –Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y de la forma correcta, eso ciertamente, no resulta tan fácil–. De hecho, es tan difícil y consume tanta energía, que hemos dejado de hacerlo, evitamos el conflicto hasta el punto de haber inventado espacios y herramientas para poder vivir sin él.
Hoy la presión del entorno es tal, que tenemos que emplear toda nuestra energía en pelearnos con la vida. El conflicto es incómodo, consume energía, añade ineficiencia e incertidumbre al ambiente, y un ambiente de crispación social y violencia dialéctica no es el entorno más adecuado para llevar la contraria a nadie ni para ser un antagonista.
Pero el conflicto es el lugar donde se define una posición y su contraria. A esto en cualquier disciplina artística se le llama «contraste» y es lo que permite tener una imagen clara del mundo. Sin contraste, una imagen es plana y difusa.
En un entorno hostil como el que habitamos, la amabilidad de lo neutro es otro tipo de espacio sin duda necesario, porque la neutralidad, es un espacio para tomar aire, para desplegar nuestra sonrisa cansada, reponer fuerzas. Parece más una tregua de la vida, porque sin conflicto, en realidad, no podemos crear, ni aprender, ni emocionarnos, ni expresarnos con libertad…
La expresión personal es importante porque nos permite construir una visión del mundo colectiva, una cultura, un relato que trasladar a los demás. Nos permite crear una estrategia común desde múltiples disciplinas. En una verdadera comunidad hay cierto consenso que nos ayuda a construir una identidad colectiva, como el movimiento artístico o literario de una generación, cada autor lo expresa a su manera y de la manera que sabe, con relaciones en conflicto, voces diferentes en contraste, dando forma a una visión compartida de su época rica en matices.
En realidad nos unimos por afinidad química, –qué no es lo mismo que unir iguales– Las comunidades no las creamos nosotros, son formaciones humanas independientes que funcionan como moléculas o elementos de la tabla periódica. Hay de todo, eso es lo que da forma a materiales diferentes y estables. A veces explotan, otras reaccionan y generan energía que sirve para que algo crezca y luego se disipan, otras crean materiales estables y fuertes.
El conflicto es algo así como el proceso que remueve a las personas. Una comunidad no es un espacio amable, es un espacio para encontrar puntos de vista diferentes y enfadarse, también. Por supuesto, como decía Aristóteles, no es fácil hacerlo sin herir a otras personas.
La verdad no es individual, es lo común que queda en la realidad de cada uno.
Manuel Vázquez
Estrategia e innovación en Soulsight
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