Antes de continuar, una aclaración: sí, has leído bien: humanizar es amar amar. Es buscar y querer el amor sin descanso. Es Amar, con mayúsculas: con valentía y humildad, a uno mismo, a los demás, a la naturaleza, a la sabiduría… Amar amar, de verdad, como cuando compramos “pan pan” del bueno.
EL TABÚ DEL AMOR
Se habla poco del amor, y menos aún en determinados contextos, donde resulta fuera de lugar. Otra contradicción, según mi manera de interpretar la realidad. ¿Por qué nos avergüenza hablar de lo que da sentido a nuestros gestos, palabras y acciones, de lo que inspira nuestros pensamientos y anhelos?
Son muchos los pensadores y filósofos que han definido al ser humano como “ens capax amoris” (ser capaz de amar). Concretamente, Kierkegaard profundiza sobre la necesidad intrínseca de amar del ser humano. Nos define como “entes indigentes de amor”. Habla del amor, no como una simple atracción, ni un sentimiento pasajero y primario, sino del amor profundo, auténtico, comprometido hasta sus últimas consecuencias:
“¿Qué es lo más viejo de todo? El amor. ¿Qué es lo que sobrevive a todo? El amor. ¿Qué es lo que no puede ser aferrado, sino que él aferra todo? El amor. ¿Qué es lo que subsiste cuando todo nos traiciona? El amor. ¿Qué es lo que consuela cuando toda consolación desfallece? El amor. ¿Qué es lo que dura cuando todo cambia? El amor […] y sólo es amor el que nunca se cambia por otra cosa”
Russell, por su parte, escribe lo siguiente:
“He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad, esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura mística, la visión anticipada del cielo que han imaginado santos y poetas”.
Nuestro tiempo encierra grandes desafíos, lo sabemos bien. Nos preocupan serios problemas sanitarios, consecuencias de un mundo digital, una crisis económica que nos acecha, desconfianza política, fragmentación social, la información en la era de la post verdad y un largo etcétera. Corremos el peligro de quedarnos estancados en los titulares sensacionalistas, de comprar la opinión de una masa mayoritaria y ruidosa. Pero si miras detenidamente, y vas más allá de lo que luce en la superficie, todo ello encierra cuestiones profundamente humanas, donde el amor, entendido en su máximo esplendor, como nos relataba hace un rato Kierkegaard, brilla por su ausencia.
Por eso, en tiempos convulsos como los de hoy, donde las personas se ven amenazadas en distintos frentes, humanizar debería ser prioridad en todos los niveles de la sociedad. Tanto en el plano personal, como en el laboral o social. Todos tenemos nuestra parte de responsabilidad, porque todos podemos impactar en nuestra realidad más próxima.
EL DESAFÍO DE HUMANIZAR
¿Cómo podemos humanizarnos como seres humanos? En primer lugar, siendo conscientes de nuestra propia realidad, de nuestra esencia. Humanizar significa reconocer y dar vida a las innumerables posibilidades que tenemos como seres humanos. Para ello, necesitamos entendernos de manera holística; algo que resulta complicado en un mundo en el que la corriente te lleva a una concepción puramente reduccionista. Decía Kant: “Actúa de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona del otro, no como un mero medio, sino siempre y al mismo tiempo como fin”. Esta mirada holística, ciertamente transformadora, es la dignidad. Humanizar significa tratarnos con dignidad.
Humanizar pasa por captar que el ser humano posee un valor incalculable. Éste encierra una enorme grandeza y un gran misterio: somos seres de encuentro, capaces de servir a otros, colaborar, reflexionar, dudar, crear… seres imperfectos capaces de perdonar, recomenzar, renunciar, seres capaces de trascender, admirarnos y contemplar la belleza.
CAMINOS PARA HUMANIZAR
Por último, me gustaría compartir tres caminos poco transitados que me están enseñando a humanizar. Todos ellos te conducen a la donación a los demás:
El primero es el camino del abajamiento. Decía el maestro budista japonés Dogen Zenji: “Conocer el camino es conocerse a sí mismo; conocerse a sí mismo es olvidarse de sí mismo; olvidarse de sí es quedar iluminado por todo”. Abajarse implica hacerse pequeño, como los niños. Es desprenderse de aquellas mochilas que te impidan mirar a los demás con verdadera dignidad. La búsqueda desmesurada del éxito, el individualismo, el ego, el postureo exacerbado… nos colocan en una posición de superioridad frente a otros que nos hace creernos más grandes e importantes, nos nublan la mirada y nos entorpece para transmitir verdadera humanidad a quienes nos rodean.
El segundo es el camino del silencio: lo que sucede por dentro de la persona es inmensamente rico. Sólo a través del silencio podemos descubrir nuestro mundo interior y el de los demás. Necesitamos meditar y contemplar para captar belleza y encontrar lo bueno de las cosas, para transformar nuestras vivencias en verdaderas experiencias. Por eso, como decía Charles de Foucauld, místico contemplativo: “Cuantas más personas o libros se hayan conocido, más largos y profundos han tenido que ser los silencios para que todo eso haya dejado algo tras de sí”. Sin silencio es imposible comprender nuestra esencia y amar de verdad.
El tercero es el camino de lo inútil. La dictadura del utilitarismo y de la eficiencia ha desterrado el valor de las humanidades. Dice el dramaturgo Eugéne Lonesco que “el hombre moderno, que ya no tiene tiempo para detenerse en las cosas inútiles, está condenado a convertirse en una máquina sin alma”. La cultura y los saberes inútiles, que no aportan ganancias, son necesarios e imprescindibles para entender al ser humano, para comprender el mundo y para aprender a pensar y discernir. Esto es esencial para construir mujeres y hombres libres, que razonen por sí mismos y aspiren a crecer y a ser mejores.
Humanizar es amar, y amar es como el viaje a Ítaca de Konstantino Kavafis, un viaje de toda una vida, al que no veremos nunca su final:
Ítaca:
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.
Beatriz Cornejo
Estrategia e innovación en Soulsight
www.soulsight.es