Si estás leyendo estas palabras significa que eres uno entre millones.
Eres alguien entre muchos algos, un cuerpo limitado que ansía lo eterno.
Eres polvo con alma, un ente singular capaz de pensarse y de mirar con hondura los rincones de la realidad.
Eres palabra viva, un universo de ideas tejidas en carne con hilo de emoción.
Eres los latidos de un niño que crece alimentado de preguntas y de ganas de jugar.
Eres uno entre millones.
Eres alguien compuesto de elementos, que resplandece por su unidad.
Eres complejidad y belleza. Caos y armonía. Movimiento y quietud.
Eres un soplo de física, química y matemáticas empapado de arte, de historia y filosofía.
Eres intelecto que siente, sentimiento que piensa.
Eres un todo inacabado que busca en cada momento encontrar su plenitud.
Eres uno entre millones.
Eres alguien genuino, único e irrepetible.
Eres la edición limitada de tu mejor versión.
Eres posibilidades que se esconden al calor de la virtud.
Eres melodía viva, un baile improvisado al son de lo cotidiano.
Eres dignidad en una forma inigualable de mirar.
Pero además, si estás leyendo esto significa que eres alguien audaz y afortunado, pues has logrado detenerte y salir a respirar en medio del huracán de tareas y notificaciones urgentes que llaman a tu puerta.
Una intrépida compañera.
Este elenco de matices que dibujan nuestra humanidad nos muestra otro aspecto apasionante de nuestra especie. Una posibilidad a nuestro alcance que en ocasiones sufre el inhóspito destierro de nuestra indiferencia: la elegancia.
El término elegancia viene del latín eligere, significa elegir bien. La elegancia, por tanto, es la cualidad de quien elige bien. Bucear en la etimología de las palabras nos permite viajar a los fundamentos de la realidad que habitamos con nuestro lenguaje cotidiano. Uno descubre conexiones que, lejos de ser una pérdida de tiempo, nos invitan a hacernos preguntas y a distinguir matices que impregnan nuestra forma de habitar nuestra ajetreada vida.
Decíamos hace un momento que la posibilidad de ser elegantes es un aspecto apasionante de nuestra especie. Pero además, cabría añadir que resulta enormemente relevante, pues, lo queramos o no, somos seres que elegimos y que, a diferencia de otras especies, hemos probado innumerables veces que somos capaces de elegir superando nuestros instintos más primarios.
Nuestra vida se compone de elecciones que brotan como el agua de forma más o menos libre, más o menos consciente, más o menos acertada. Incluso no elegir es una elección posible. Nuestras elecciones son huella y legado. Son testimonio vital, son el cabo a tierra que hace vida las ideas. Son también nuestra forma de expresión, nuestra firma de artista y nuestra vía de realización. Nuestras elecciones son escuela, manifestaciones que desvelan nuestra esencia humana y que nos enseñan del error.
Un encuentro fascinante.
La elegancia posee una dulce fragancia que nos hace quedar absortos al observar a quien camina o viste con buen gusto. Este aroma es un olor a belleza hecha vida, es un interrogante irresistible que impregna otras realidades que van más allá de lo estético. Así pues, hablamos de personas bellas, acciones bellas, empresas bellas para referirnos a la elegancia de quien habla, habita, piensa y actúa de un modo especial. Lo bueno y lo bello, por tanto, quedan entrelazados en un baile fascinante al que nos invita la posibilidad de la elegancia.
Cuando uno comienza a transitar las sendas de la elegancia necesariamente se confronta con cuestiones complejas como la cuestión moral o la búsqueda de la belleza. ¿Qué es el bien? ¿Qué es la belleza? La inabarcable dimensión de tales cuestiones asusta con facilidad pero, sin embargo, su respuesta se materializa y cobra vida en lo concreto y particular de cada decisión.
El músculo de la elegancia.
La capacidad del ser humano de elegir surge de dos facultades excepcionales: nuestra inteligencia y nuestra voluntad, dos habilidades que nos abren a realidades grandes como el encuentro, el asombro o el perdón. Podríamos pensar en ellas como el músculo de la elegancia, un músculo que puede entrenarse y fortalecerse mediante la creación de hábitos. Así pues, cultivando el criterio uno puede ensanchar su inteligencia. Cultivando la valentía uno puede fortalecer su voluntad. La virtud es, por tanto, elección que conduce a la elegancia.
Demasiado naive.
Vivimos en una sociedad en la que, desgraciadamente, cultivar el criterio o la valentía no resulta nada fácil. En un contexto materialista preguntarse por lo bueno o por lo bello resulta quijotesco. Hemos perdido la sensibilidad por la elegancia en la batalla por la utilidad y la eficiencia. Nuestra atención deambula cautiva en el universo de la técnica y la táctica, mientras las grandes preguntas que nos conducen a la plenitud pasan desapercibidas. A menudo confundimos el fin con los medios, nos obsesionamos con los procesos y el corto plazo en lugar de otear el horizonte. Y, como consecuencia del error, cosificamos la ética en campañas de marketing, creamos moralina barata o compramos ideologías que no dejan espacio para cuestionar. La elegancia está lejos de estar presente en lo que hoy llamamos ética, pues la búsqueda de lo bello y bueno, al contrario de los dictados del agilismo, es difícil y lenta, lo que contra todo pronóstico utilitarista nos permite crecer de un modo más firme y, sobre todo, real.
Paradójicamente, esta obsesión por lo útil, lo ágil y lo cuantificable conviven hoy con un sutil desprestigio por la realidad, lo que de nuevo, dificulta las condiciones para despertar la elegancia. El mundo digital, apasionante en sus posibilidades, nos cautiva con una luz que en ocasiones nos ciega a la realidad, pues ésta nunca es tan perfecta y plana como la pintan en Instagram. En el mundo real los actos tienen consecuencias y los tweets se dicen mirando a los ojos. Para ser elegante es imprescindible contemplar la realidad, descubrir en ella sus matices, sus ritmos, sus dictados. Es preciso escuchar al otro y conocer nuevas perspectivas para después, con nuestras elecciones, embellecer esa realidad que tenemos delante. Para ser elegante es necesario conocer nuestras raíces y haber comprendido al menos un ápice del lugar que ocupamos en el mundo. Este conocimiento no es materia reservada a eruditos del conocimiento, sino que se encuentra al alcance del más común de nuestros sentidos y de nuestra poderosa intuición.
¿Cuál es tu ética?
Como decíamos antes, somos seres que elegimos. Por eso, todos tenemos una ética que mueve y moldea nuestra forma de actuar. Incluso quien no haya pensado jamás en ello aspira inconscientemente con sus decisiones a una idea inexplorada del bien.
Hoy en día, en algunos sectores como en la empresa, se habla de ética con frecuencia, pero sin embargo el bien común, que debería ser el motor y fundamento de la ética, sufre unas cotas máximas de impopularidad. Ser bueno parece un ideal al nivel de la tontuna y el bien moral es como un dinosaurio ancestral que es mejor no mencionar. ¿A qué llamamos ética hoy en día, si la hemos vaciado de su contenido esencial? ¿Qué mueve nuestras decisiones?
Nos movemos en un paradigma de ética que ha abandonado la búsqueda de la elegancia, y en ella la del bien y la belleza, para perseguir el consenso de la mayoría o la utilidad como valores absolutos. Tanto el consenso como la utilidad poseen aspectos enormemente positivos, el problema comienza cuando los convertimos en el fin absoluto de la ética. Una ética que no aspira a la elegancia termina convirtiéndose en humo, en promesas vacías y constructos perversos pues, al contrario de lo que propone su apariencia, no persigue el bien común.
Estamos en peligro de extinción.
Nuestro siglo grita y se duele. Es preciso visitar los principios que nos mueven para no ir a la deriva, para no extinguirnos en el olvido de lo que pudimos ser.
Somos polvo que se piensa, ideas que se tocan, somos ganas de jugar. Necesitamos comprendernos como surcos de elegancia, a nosotros mismos y al que tenemos enfrente. Esto implica un cambio de mirada, que incorpore una preocupación real por el bien y la belleza en nuestros equipos, nuestras empresas, nuestros proyectos. Nuestra materia prima son las decisiones que cada día nos visitan sin excepción. Sólo desde una ética elegante forjada en nuestras reflexiones, conversaciones y decisiones diarias podremos dar respuesta a lo que nuestro tiempo demanda.
Beatriz Cornejo
Estrategia e innovación en Soulsight
soulsight.es