UNA LLAMADA INSISTENTE
El pensamiento crítico toca fuerte a nuestras puertas. Vivimos en la era de las posibilidades, con más oportunidades que nunca a nivel educativo, económico, científico, tecnológico. Somos una generación con suerte, heredera de una sociedad de bienestar, con múltiples garantías sociales a las que no se ha llegado precisamente sin esfuerzo. Quizás no nos detenemos lo suficiente a agradecer a la historia o a tomar conciencia de nuestra privilegiada posición. En el siglo XII, Bernardo de Chartres dijo lúcidamente que “somos enanos encaramados a hombros de gigantes”. Esta expresión, que han repetido sabios como Isaac Newton o Stephen Hawking, nos acerca precisamente a la idea de la fortuna que tenemos hoy, no por tener una mirada más fina que nuestros antepasados, sino por ser sostenidos en el aire por ellos, grandes gigantes que nos permiten otear desde una altura inmensa.
El pensamiento crítico toca fuerte a nuestras puertas. Más fuerte, quizás, que en otros momentos, porque pese a nuestro privilegiado momento histórico, cada día se ensanchan más las fisuras de nuestra civilización occidental. Cada día vemos más evidencias de una ruptura profunda, de que algo está mermando nuestra salud mental, nuestra confianza en el futuro, nuestro contexto de paz. La realidad es compleja, con sus luces y sus sombras, y aunque personalmente pienso que ésta sobrepasa cualquier capacidad humana de comprensión, cada día urge más aproximarnos con profundidad a las razones de estos cambios. Nos lo debemos a nosotros, a los gigantes que nos han traído hasta aquí, y por supuesto a las generaciones que vendrán. ¿Qué papel vamos a jugar en nuestro momento de la historia? ¿Qué líneas vamos a escribir, en el inabarcable libro de la humanidad?
El pensamiento crítico toca fuerte a nuestras puertas. Y pese a lo distópico de muchos escenarios futuros, ésta es una señal de esperanza. Los seres humanos, desde nuestra dignidad y nuestra genuina capacidad de pensar críticamente, siempre podremos superarnos, reinventarnos y aprender de nuestros errores para construir algo mejor.
Merece la pena detener la mirada ante el cada-día-más-aclamado pensamiento crítico. ¿Qué es? ¿De qué se compone? ¿Qué matices tiene? ¿Se puede desarrollar? Me gustaría compartir algunas reflexiones al respecto.
ANATOMÍA DEL PENSAMIENTO CRÍTICO
Veamos primero de dónde viene el pensamiento.
El pensamiento crítico es una capacidad humana que hace referencia a nuestra inteligencia. Inteligencia viene del latín intus legere, que significa “leer dentro”, entender interiormente lo que se observa desde el exterior. Esta capacidad racional de los seres humanos nos distingue de una planta, una mesa o de cualquier otro animal. El ser humano posee algo único, que es precisamente esta capacidad de leer con profundidad la realidad. De ahí que seamos el único animal capaz de hacerse preguntas, imaginar el futuro o perdonar. En nuestros cimientos profundos reside esta orientación hacia la realidad, esta capacidad de asombrarnos, esta necesidad de descubrir con profundidad. Somos seres pensantes, seres racionales.
Ser racional, sin embargo, no es lo mismo que ser racionalista. Un maestro humanista me explicó una vez que los “ismos” tienden a los extremos. Esta diferenciación me parece relevante para situar el pensamiento crítico en un plano adecuado, por un lado lejos del encumbramiento al que le someten posturas como el positivismo, que descarta todo aquello que no podamos analizar, verificar, medir y controlar con nuestro pensamiento; y por otro lado, lejos del escepticismo de quienes desconfían completamente de nuestra capacidad de conocer la realidad a través de la razón.
Como puede intuirse, el espectro de posturas y aproximaciones intelectuales ante el conocimiento y la idea de ser pensante es muy amplio. No pretendo detenerme ante la complejidad de este asunto, pero sí insistir en un matiz: tener la capacidad de pensar críticamente no implica que nuestra racionalidad sea infalible. Grandes científicos, filósofos, artistas a lo largo de la historia han observado cómo la totalidad de la realidad se muestra inabarcable para la razón humana. ¿Existe vida más allá de la Tierra? ¿Cómo se explica el mal en el mundo? ¿Qué es el tiempo? Son sólo algunas preguntas que nos traspasan y que revelan cómo la inmensidad de lo real escapa nuestra limitada capacidad de conocer. Por esto, pienso que una primera actitud a desarrollar para pensar críticamente es la humildad.
EL PROBLEMA Y EL MISTERIO
Gabriel Marcel, filósofo y dramaturgo francés del S.XIX-XX, realizó una distinción muy interesante. Diferenció dos dimensiones de la realidad: el problema y el misterio. Los problemas, según Marcel, son cuestiones que poseen solución, pueden medirse, dividirse y controlarse, como un problema matemático. Los misterios, en cambio, tienen otra naturaleza, más compleja. No admiten una solución, sino una respuesta. A un misterio, como por ejemplo, el dolor en el mundo, sólo podemos responder, aproximarnos… pero no tiene sentido reducirlo, problematizarlo y tratar de abarcar matemáticamente la solución. Pensar críticamente implica ser conscientes de la distinta naturaleza de las cuestiones a las que nos enfrentamos, y de nuevo, abarcarlas, según corresponda en cada caso, desde una actitud de profunda humildad.
Tras esta breve reflexión sobre las bases del pensamiento, me conduzco a la segunda pregunta que nos ocupa hoy, ¿qué significa tener criterio? ¿a qué nos referimos cuando añadimos el apellido “crítico” al pensamiento? Pienso que esta pregunta admite diferentes respuestas, y me gustaría centrarme en algunas de ellas.
UNA LÓGICA INTEGRADORA
Por un lado, una cuestión de alcance. Personalmente, me gusta entender nuestro pensamiento desde una perspectiva amplia. Pensar críticamente, en este sentido, es pensar íntegramente. Es razonar, por supuesto, desde nuestras capacidades analíticas, pero también incorporando el razonamiento intuitivo, el poético o el afectivo. A menudo se entienden como contrapuestas ideas como la razón y la emoción. Victoria Camps en su libro El gobierno de las emociones reivindica la unión entre ambas y lo problemático que resulta entenderlas por separado o prescindir de alguna de ellas en nuestra búsqueda de una vida buena. Lo importante, dice la filósofa, es comprender cómo colaboran entre sí. El pensamiento crítico, por tanto, debe moverse en una lógica integradora.
Esta lógica integradora contribuye a desarrollar otra de las dimensiones del pensamiento crítico: la radicalidad. El pensamiento crítico es necesariamente radical, busca los fundamentos. Quien piensa críticamente busca la raíz, va más allá de la tendencia o lo superficial, persigue los “por qués”. Tener criterio implica estar cerca de aquellas preguntas cuya respuesta lo cambia todo. Para llegar a estas preguntas es necesario huir de cámaras de eco, abrirse al cuestionamiento, atreverse a arriesgar las propias certezas en pos de otras más profundas.
CONTRA EL PENSAMIENTO ENLATADO
Y un último comentario, seguramente el más relevante de esta reflexión. ¿De qué sirve pensar si no nos lleva a vivir mejor?
El pensamiento crítico es pensamiento vivo y existe de la mano de otra gran capacidad que tenemos las personas: la libertad. Gustave Thibon, filósofo del S.XX, nos enseñó que ser erudito no implica ser sabio. Alguien instruido, erudito, acumula conocimientos, pero se queda en eso, en un plano intelectual. Alguien culto, en cambio, o un sabio, piensa de manera viva, encarna la cultura, conecta sus ideas con la vida. Pensar críticamente es ir un paso más que el mero pensar. Es ser capaz, a través de nuestra capacidad de tomar decisiones, de convertir la grandeza de nuestros pensamientos en una vida bella. Por eso, el pensamiento crítico no puede separarse de la ética, de un intento constante por encarnar unas virtudes.
Pensar críticamente, por tanto, es un compromiso personal y constante, a orientar día a día nuestra racionalidad, con toda su riqueza y complejidad, hacia el bien. Es adoptar una actitud humilde, es integrar para buscar con radicalidad y es ser capaces de conectar con la vida. Y sí, el pensamiento crítico toca fuerte a nuestras puertas. Y cada uno tenemos la posibilidad de abrir.
Beatriz Cornejo
Estrategia e innovación en Soulsight
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